miércoles, 23 de septiembre de 2009

** 30 DE AGOSTO DE 2009. EL NUEVO

Hace unas 40 horas que me metieron a un nuevo compañero. No es que nos sobre el espacio precisamente, pero me dijo el funcionario que sería algo provisional ya que enseguida lo trasladarían. El cuento de siempre.
Se me hace increíble el grado al cual puede llegar el ser humano tras solo un año aquí dentro… ni te imaginas hasta donde pueden llegar los sentidos cuando te van robando la humanidad, cuando poco a poco te vas dando cuenta de que no eres nadie.

El miedo se huele, pero no solo los perros. Aquí dentro se puede sentir el miedo de un primerizo cagándose encima nada más entrar en su primer día de patio. Merodea indeciso, calculando siempre la distancia hasta la cabina de los funcionarios, como si eso sirviera de algo. Puedo leerle el pensamiento “yo no soy como ellos, los funcionarios me defenderán cuales monjas de colegio de pago”. Estaba sentado en el último rincón soleado que hay en el patio, leyendo un libro cualquiera de García Márquez, mientras levanto la vista a cada segundo observando los movimientos del novato con el que comparto celda y con el cual casi no he cruzado más palabras de las justas. Puedo leer el miedo en sus ojos, puedo ver esa desesperación incrédula con el que cada uno de nosotros entró en este lugar de nadie, a las espaldas del mundo. Noto como busca mi mirada, pidiendo de rodillas un poco de complicidad o seguridad ante una realidad todavía desconocida para él. Intento hacer como el que no se percata de nada, me sumerjo en el libro leyendo sin leer. Volviendo atrás a cada párrafo ante la imposibilidad de parar mis pensamientos y seguir en mis páginas. Intento ignorarlo pero no puedo dejar de sentir cierta lástima por el chaval, con el que no puedo evitar sentirme identificado, por su mirada de miedo e ingenuidad, como a la espera de que en cualquier momento le ocurra todo lo que le dijeron que le iba a ocurrir durante su estancia en prisión

Calculo que no tiene más de 25 años y por su aspecto físico y forma de actuar, fue una gilipollez de niñato mimado lo que le mandó a parar aquí. Pantalón vaquero y camiseta del Atlético de Madrid. Cabezón y pelo corto, pírsines en la ceja izquierda y en el lóbulo de la oreja derecha. Da la impresión de haber sido el chulo del parque, pero inteligentemente ha dejado ese rol fuera de estos muros.
Se acerca a la ventanilla del funcionario, Don Alberto como de costumbre lo despacha en un par de minutos sin subir su mirada del MARCA que tiene entre las manos. Se aparta unos cinco metros y de cuclillas y apoyado en la pared se enciende un cigarro mientras no quita su atención de la puerta del módulo, está impaciente por su primera entrevista con el equipo de tratamiento, en donde mantiene todas sus esperanzas de despertar de esta pesadilla, muchos ya pasamos por eso.

No soy el único que lo observa y eso es lo que me preocupa. En este módulo no se recibe al novato con ninguna paliza de bienvenida, ni te intenta apadrinar nadie a cambio de favores sexuales. Tampoco existen bandos raciales que luchan por el territorio. En este módulo todos tenemos algo en común: queremos salir de aquí cuanto antes. Por tanto se evitarán a toda costa todas aquellas situaciones que puedan perjudicarnos durante nuestro paso por prisión.
Antonio es el primero que se acerca a los nuevos del módulo, le encantan los primerizos. Su especialidad es ponerle al corriente del delito y situación de cada uno de nosotros, incluso de los funcionarios.
Es un desgraciado pero no por ello menos inteligente. Con su actitud de niño pijo de modales y saber estar, ha conseguido un “trato especial” por parte de los funcionarios. Nadie lo traga y él lo sabe aunque nadie diga nada. De él puedes obtener una información precisa de cada uno de los presos, y está al tanto de todo lo que ocurre aquí dentro.


Sigo con García Márquez y efectivamente a los pocos minutos ya está Antonio sentado a su lado con una de sus clases magistrales sobre la vida penitenciaria. Me acerco al economato con la escusa de un café y me siento a pocos metros de ellos para cotillear sobre las famosas advertencias del opusino:

- Tranquilo chaval, he pasado ya por varios módulos de toda España y puedo asegurarte que has tenido suerte de haber parado a este
- Estoy tranquilo, gracias.
- Si, ya…- ríe – aquí no puedes engañar a nadie, todos hemos pasado por el día que estás viviendo hoy mismo y sabemos todo lo que está pasando por tu cabeza.
- Bueno…
- Yo soy Antonio, llevo dos años de condena y cinco meses en este módulo. Si necesitas saber algo puedes preguntarme lo que quieras aunque también puedes hacerlo a cualquiera de los que estamos aquí. Hay un poco de todo pero nadie tiene porque hacerte nada, por lo menos físicamente. Aquí va cada uno a lo suyo.

Conozco perfectamente las intenciones de Antonio, muy lejos de la ayuda gratuita a un nuevo compañero de patio. Es un estratega excepcional que lo único que quiere es mantener todo bajo su control mediante la recopilación exhaustiva de información de cada uno de los presos, y eso le permite moverse con mayor precaución y cálculo. La información es poder, o eso dicen.
En este mismo momento lo tengo en la cama de arriba haciendo como el que duerme, aunque se perfectamente que está llorando en silencio, por lo que aplazaré mi conversación con mi compañero al momento en que sea preciso. Tiene que amoldarse a esto antes de entrar en la normalidad carcelaria.

Colocó sus cosas en los pocos espacios que deja mi desorden, por miedo a represalias. Todavía no me conoce y estoy seguro de que nos llevaremos bien.