miércoles, 7 de octubre de 2009

** 3 DE SEPTIEMBRE DE 2009. INTERNO

Llegó el gran día en el que entras por primera vez en prisión. Entras en el módulo de ingresos donde te cachean por dentro y por fuera, te toman huellas, fotos y datos. Te quitan el dinero que lleves encima y lo ingresan en tu nueva cuenta de ahorros (peculio) para que puedas disfrutar de una determinada cantidad de dinero a la semana para gastar en el economato mediante una tarjeta electrónica. Mola ¿eh?

Te quedas esperando en el módulo de ingresos a que llegue la hora de la revisión médica y las primeras entrevistas con el equipo de tratamiento. Una vez pasado este trámite, se da la orden de traslado al módulo que te haya sido asignado, te conducen hasta él y comienzas a escuchar la palabra con la que se dirigirán a ti el resto del tiempo que te quede en prisión. Interno. Vas andando detrás de un señor vestido de bedel de hostal de carretera de la mancha, al que a partir de ahora vas a tener que tratar con mucha cautela y respeto, a pesar de ser funcionario del Estado.


Sigues caminando por el largo pasillo gris como puedes, cargando con tus pertenencias y tus nuevos artículos de limpieza e higiene personal, así como la ropa de cama, el señor barrigón sudoroso del bigote disfrazado de bedel no parece que esté dispuesto a ayudarte. Hasta que por fin llegas a tu módulo de destino. Bienvenido a la cárcel, ya has dado el paso más importante para salir de ella, entrar.


Ya van dos semanas de convivencia con David, mi nuevo compañero de chabolo, y hace apenas unos días que comenzamos a cruzarnos palabras más allá de las breves conversaciones triviales con las que comienzan todo tipo de interacción cotidiana involuntaria, por no decir forzada.
Para mi sorpresa, fue este chico quien rompió el hielo con una simple pregunta que demostraba la capacidad de adaptación del chico a la vida penitenciaria, pues me pidió permiso para encender la televisión.


Hay una regla básica en la cárcel: la celda pertenece a aquel que haya llegado primero, y es este el que establece las normas de convivencia entre las cuatro paredes que durante un tiempo te acompañarán todas las noches. El pequeño David, ahora roncando en la cama de arriba, parece haber comprendido esto muy pronto, pues en todo momento que he estado observándole ha respetado al máximo el estado en que se la encontró y la distribución de las pocas cosas que tengo repartidas en nuestro ridículo e infame espacio.


Seis metros cuadrados con vistas al patio, una ventana con rejas que parecen persianas camufladas con una capa de pintura amarilla un tanto rancia. En la pared de la derecha sobresalen dos bloques horizontales de escayola, del mismo amarillo que la supuesta persiana que acabo de mencionar. Si a uno de estos armatostes rectangulares, le colocamos un trozo de gomaespuma por encima, se le llama “cama”.


A la derecha y bajo la ventana, otra pieza rectangular del mismo color y material pero más pequeña, forman algo parecido a lo que comúnmente se conoce como escritorio. En el cual poco se podrá escribir si siguen conviviendo encima los montones de ropa que esperan desconsoladas a ser trasladadas a un armario o cualquier otra cosa destinada al mismo fin. Sin contar que todavía no he aprendido a escribir de pié en una supuesta mesa más baja que mi cintura, ya que aún no he encontrado la silla que parece faltar en esta lujosa habitación.


- Pon lo que quieras – le contesté - pero hazme el favor de ponerte los auriculares porque estoy leyendo, coge los míos si quieres que deben de andar por ahí abajo.
- Gracias tío, yo es que no soy mucho de leer y no tengo sueño.
- No has tenido sueño desde el primer día en el que entraste aquí, pero no te preocupes, haz lo que quieras, como si estuvieras en tu casa.


David se quedo en silencio, ignorando mi último comentario por la vergüenza de saber que no existen secretos en este espacio a pesar de haber intentado disimular las lágrimas que le robaban el sueño. Esperé a que terminara de lavarse los dientes para seguir con la conversación.


- Parece que ya te encuentras mejor ¿no?
- ¿Mejor de qué?
- Pues de que va ser, tío, de toda esta mierda – le dije levantando los brazos y señalándole el cemento que nos envolvía.
- Bueno, sí… - decía mientras iba doblando su ropa en la parte del suelo que le dejé libre para sus cosas- habrá que acostumbrarse, ¿no? – acabando la frase con una sonrisa deprimente y un poco forzada.
- Vas por buen camino, veo que has aprendido pronto
- ¿Aprendido a qué?
- A aceptar que tu vida ahora está aquí dentro
- Si tú lo dices…


En ese momento David se puso los auriculares y como dando la conversación por terminada, se sentó en el suelo y comenzó a hacer zapping, aún con la ilusión de que se olvidará donde y con quién vive en este momento.


Hasta el día de hoy, poco más se de este chaval… solo puedo decir que no es miedo lo que se huele, pero algo extraño percibo en el, como si mantuviera aún la cabeza fuera de estos muros. Sin preocuparse por nada de lo que ocurre a su alrededor, sigue andando con una seguridad impropia para un hombre tan joven que entra por primera vez en prisión.


Me ha caído bien a pesar de su actitud, pues más de uno aquí le hubiera puesto “las cosas claras” desde el principio. No sabría decir el qué, pero hay algo en el que lo hace muy diferente al resto de primerizos que he podido conocer por aquí, como si hubiera un telón invisible que impidiera ver a través de de su piel, como si estuviera y no estuviera al mismo tiempo…

2 comentarios:

  1. Hola simon, quiero decirte algo y no se que es,sabes? quisierser invisible y entrar por ti y por mi hermano y por muchos como ustedes que cometieron un error, hay una frase que les dije a mi padres cuando visitaron por primera vez a mi hermano en prision, "hay quien comete errores pequenos, como tomar el autobus equivocado, y que no tienen consecuensias tan malas, y hay quien comete errores como el que cometio mi hermano, pero todos son errores y sucede que mi hermano cometio uno grande, pero que arroje la primera piedra quien este libre de ellos" quisiera saber tan solo que mis palabras llegan a ti, por lo pronto dios te bendiga, de tu hermano luis.

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  2. Hola, la verdad es que no se bien que es lo que me ha impulsado a llegar a tu blog, leerte y seguirte. Bueno, miento, si lo se. Mis padres estuvieron en prisión bastante tiempo, entre el uno y el otro. Recuerdo que mi abuela decía: tu padre siempre dice que da más miedo estar dentro que fuera.
    Tus escritos me gustan, no la situacion en la que estas, (que no se cual es ni quiero saberla), pero me da la sensación que leo a mis padres.
    Un saludo.

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